El CEO de Repsol reivindica «el valor del empresario» y carga contra el «populismo» del Gobierno con su gravamen al sector de la energía: «Va contra el empleo industrial»
Sábado, 28 diciembre 2024 – 22:54
Josu Jon Imaz San Miguel (Zumárraga, 1963) es el empresario más importante del año para Actualidad Económica / EL MUNDO. Acaba de cumplir 10 años como CEO de Repsol, efeméride que apenas ha celebrado en una comida sencilla junto a Antonio Brufau, su «referente» y presidente de la compañía, y unos pocos directivos más. «La vida te sitúa en algunos momentos abajo o arriba; hay que relativizar, porque todo es temporal y, además, no es lo importante», reflexiona.
Sus consejeros le ven como «el capitán de un barco en medio de la niebla que va sorteando cuatro tipos de icebergs: la volatilidad del precio del petróleo, la transformación de su compañía, la inseguridad jurídica y la inestabilidad geopolítica». Se ha posicionado públicamente contra «la demagogia y el populismo» del impuesto a las energéticas del Gobierno, que va contra una «inversión industrial» que debe dar oportunidades, sueldos altos y estabilidad a los jóvenes «de una España moderna». Y ello, insiste, no tiene nada que ver con su apoyo a una política fiscal justa. Él, huérfano de padre, estudió con becas.
Sitúa la muerte de su padre como clave en su vida.
Mi padre era un directivo de una empresa industrial. Yo era el pequeño de sus tres hijos. Le detectaron un cáncer cuando yo tenía siete años y murió. Esas situaciones te marcan y te hacen asumir responsabilidades. Mi madre se quedó viuda con tres niños.
¿A qué se dedicaba?
Ella no trabajaba y, cuando mi padre murió, se puso a coser, a hacer jerséis. Sacó a tres hijos adelante. Cuando yo tenía ya 13 años empecé a trabajar en los veranos en un restaurante de unos tíos y allí estuve toda mi época de estudiante.
Un consejero en Repsol dice que usted trataría igual a un directivo de BlackRock que al comensal de un bar.
Era un restaurante de la carretera Madrid-Irún. Allí me solté con el francés. Me ayudó mucho, porque atender en un restaurante es una experiencia de trato humano y de adaptación a la gente.
Se crio en Zumárraga, una zona industrial.
Zumárraga tenía las dos mayores empresas de Guipúzcoa con cerca de 7.000 trabajadores. Yo suelo decir que nací contra la tapia de una acería. Conozco la industria, la valoro y he visto el declive industrial.
¿Qué recuerda de la violencia de ETA en aquella época?
Tengo muchos recuerdos. Mi mejor amigo en EGB se tuvo que ir porque a su padre le amenazaron. Les colgaron un gato muerto en la casa. No podían salir. Su familia volvió, pero mi amigo no. Un tío mío recibía las cartas de extorsión en casa.
¿Qué huella cree que ha dejado?
Es un pasado que ha dejado mil asesinados, decenas de miles de personas que se marcharon. Fueron 55 o 60 empresarios asesinados y cerca de 80 secuestrados. El declive industrial fue acelerado por ETA. Uno de los mayores impactos es el daño que ha hecho al emprendimiento en la sociedad vasca. Los hijos de aquellos empresarios no tenían incentivos para continuar. El daño a la valoración social del empresario, del que se decía aquello de «algo habrá hecho», se nota aún.
Decide leer su tesis doctoral en 1994 antes de coger el acta de eurodiputado por el PNV. ¿Tenía claro entonces que su paso por la política era temporal?
Cuando leo la tesis ya llevo siete años trabajando, parte de ellos en Nantes, donde la empecé. Pero sí, tenía clarísimo que mi futuro estaba en el sector privado. Yo desde muy joven tuve una inquietud política, pero nunca como dedicación.
Dos personas influyen en su ideario: Javier Landaburu y Jacques Delors.
Javier Landaburu y su hijo Eneko. Javier fue un diputado del PNV por Álava en 1936 y vicelehendakari en el exilio. Europeísta profundo, estuvo en el origen de los equipos internacionales que se llamaron, posteriormente, la Democracia Cristiana. Yo mamo de ese europeísmo que analiza las tres guerras que había sufrido Europa a lo largo de 70 años y, en cierta forma, busca la superación de las fronteras y compartir espacios comunes como una forma de acabar con el conflicto. Aquello me guio en mi época política. Siempre defendí esas tesis contrarias a cualquier tipo de ruptura, siempre trabajé por la integración, aposté por la convivencia.
Le costó la presidencia del PNV en 2007. En sus cartas de entonces reivindica la «identidad vasca» en un mundo «cada vez más abierto». Como si temiese que la desindustrialización trajera la precariedad.
La industria es lo que hace una sociedad competitiva, crea oportunidades para los jóvenes. Es lo que hace que podamos crear sociedades modernas, que creen empleos de calidad para que la gente pueda tener un proyecto de vida. Y todo esto es muy importante en un mundo globalizado. Yo no quiero que me cierre una industria, me hagan una transición justa en la que me monten un centro de interpretación con dos personas contratadas a 1.000 euros al mes para contarnos qué valle más industrial era ese. Yo quiero una industria competitiva, que pague 3.000, 4.000, 5.000 euros, y que permita que se pueda crear también una sociedad de servicios alrededor.
¿Por qué ha decidido ser el alto directivo que encabezase las críticas al impuesto especial a la energía?
Yo no he estado nunca en mis cargos para ganar amigos, sino para asumir la responsabilidad. Con 61 años tengo una obligación moral de defender un modelo de competitividad en el país, una España moderna, industrial, que mire a 20 o 30 años, en la que los jóvenes tengan alternativas. El salario mínimo es muy importante, pero el debate económico no puede ser el del salario mínimo. Tenemos que apostar a que la gente gane mucho más. Y eso solo se puede hacer creando empleos de calidad en sectores que compitan a nivel global.
Su enfrentamiento con el Gobierno es crudo.
Es un grito, se oye. Lo peor que me puede pasar es que me aticen. Yo ya no estoy haciendo esto por mí, lo estoy haciendo por todos esos jóvenes para que tengan las mismas oportunidades que otros tuvimos. Incluso algunos a los que la vida nos golpeó. Necesitamos sectores económicos que compitan en un mundo abierto y eso requiere inversión, de aquí o de fondos a los que seamos capaces de atraer porque vean seguridad jurídica y certidumbre. No le atemos una mano a la espalda y le pongamos una bola de hierro en el pie a nuestra industria para que no pueda competir con la que viene de China, la India, de EEUU y que entra en el puerto de Bilbao o de Barcelona todos los días. Hay que levantar la voz contra este gravamen o impuestazo a las energéticas, que afecta sobre todo a las actividades industriales. Está haciendo imposible la inversión en España.
¿Qué les plantean sus accionistas?
Si nos hacen imposible la rentabilidad de las plantas en España, no podemos invertir aquí. Nuestros inversores no nos lo van a permitir. Esto no tiene que ver con las ideologías políticas. Uno puede ser de centroderecha o de centroizquierda y defender un IRPF más alto y otro un poco más bajo. Esto forma parte de los debates en las sociedades modernas. Pero no podemos tener políticas regulatorias y fiscales que se estén dirimiendo en un bazar y creando sensación de inseguridad jurídica. No hay inversor que lo resista.
Pero, dentro de balances tan amplios, ¿por qué son tan perjudiciales?
Primero, porque es discriminatorio. Hay una cosa que es el Impuesto de Sociedades. Si ustedes quieren subir o bajarlo, háganlo. Nosotros tenemos la rama de actividad química, que es un polo en Tarragona o en Puertollano, que va a perder 100 millones este año porque Asia no tira. Y esta química va a pagar un gravamen llamado sobre beneficios extraordinarios. Es ridículo. Esto no va contra los capitalistas de chistera y puro, esto va contra el empleo industrial. ¿Quién va a invertir en la transformación de las refinerías?
¿La apuesta de Repsol por sus refinerías españolas está cuestionada con este tipo de política fiscal?
Otros competidores europeos han tomado otras decisiones legítimas y cierran sus refinerías. Nuestra apuesta ha sido la contraria. Hemos apostado por Bilbao, Tarragona, Cartagena, Puertollano, La Coruña. Tenemos un proyecto de entre 16 y 19.000 millones de inversión los próximos cuatro años y el 42% lo queremos para España: unos 8.000 millones.
¿Dependen de lo que pase en los próximos días con los impuestos?
Mucho. Sí. Porque nos va a detraer recursos. Estamos haciendo una apuesta de riesgo tecnológico, por ejemplo, en Tarragona. Es una tecnología pionera en la gasificación de residuos urbanos de desecho para hacer un metanol orgánico verde. Tiene rentabilidades justitas. El impuestazo lo haría imposible y acabar con él lo hace viable. Unos somos más vocales en los riesgos que hay para la inversión con el impuestazo, otros están hablando menos, pero van a hacer lo mismo. Yo tengo un punto de prudente confianza de que esto en las próximas semanas muera. Si no, va a ser un problema.
Pero han tenido buenos beneficios.
¿Y qué? Si las empresas ganan dinero, pagarán más impuestos. Hay un punto culturalmente muy nocivo para la sociedad en este mensaje. Tenemos que reivindicar el valor del empresario. Antes hemos empezado hablando de ETA y todo aquel daño que hizo al tejido social vasco tener una sociedad atenazada por el terrorismo. Es lo que veo, por otras razones afortunadamente, en muchos sectores de la sociedad española. Es poner en el punto de mira a las empresas por esto de que parezca inmoral ganar dinero. Una empresa tiene que ganar dinero. El beneficio es necesario porque si no, no hay actividad inversora y no habrá empleos de calidad.
¿Por qué cree que les gravan a ustedes y a los bancos?
Porque vivimos tiempos de populismo y demagogia, que aquí tiene sus propios actores. Cuando uno no tiene soluciones para la sociedad, apunta a la gran empresa. Un grupo energético es difícil que sea pequeño, porque hay manejar cinco refinerías. Y eso que Repsol es una empresa pequeña en su sector.
¿Cómo ha sido su relación con Teresa Ribera?
Sobre el tema del impuestazo, la última conversación que yo o cualquier persona habilitada de Repsol hemos tenido con un miembro del Gobierno fue en diciembre del 23. No ha habido diálogo.
Ribera tiene ahora un área muy importante en la UE.
El área principal de control de Teresa Ribera es Competencia, pero también tiene un mandato en el ámbito de la energía. Y cuando leo la carta de mandato de Ursula von der Leyen, la novedad no es seguir descarbonizando Europa, que estaba antes, sino bajar el precio de la energía, hacer una Europa con una energía competitiva para que las familias puedan pagarla y la industria no se nos caiga. También lo dice el informe Draghi: en los últimos seis años hemos perdido el 12% de la actividad industrial de la energía en Europa, que se ha ido a China, a la India, a Turquía. ¿Pero qué pasa cuando se va una acería a China? Decimos que estamos descarbonizando Europa. No es verdad.
¿Por qué? Las cifras dicen eso.
No. En China el mismo acero va a emitir más o menos un 50% más de CO2 que el que emite en Europa. ¿Por qué? Porque las plantas son menos eficientes. Luego le añadimos el CO2 que emite transportándolo al puerto de Valencia o de Barcelona. No le hemos medido el CO2 y decimos que hemos descarbonizado Europa. No lo hemos hecho: hemos exportado CO2 y hemos exportado empleo industrial. Y ése es un modelo que nos lleva al declive social. En Europa tenemos que vivir juntos, trabajar juntos, no dividir, no fragmentar, no crear nuevas fronteras, sino sumar y debilitar las que existen para crear un espacio compartido.
En reuniones con sus accionistas les asegura que Europa está cambiando.
Sí, pero lo detecto hace bastante tiempo. Yo estas mismas cosas llevo diciéndolas muchos años en el Foro de Davos, en Bruselas, en París, en Londres. Te miraban con cara rara. Repsol lleva 15 años de descarbonización y fuimos la primera compañía en el mundo en el sector oil&gas que nos comprometimos con las emisiones netas cero para el 2050. El punto de inflexión es 2022, cuando vemos que las familias no pueden pagar el recibo del gas. Nos dimos cuenta aquel invierno que el fracking de Estados Unidos salvó Europa. Y nos dimos cuenta de que una política energética tiene que cumplir tres principios: seguridad de suministro, precio y descarbonización.
¿Y cree que ha mejorado?
En Europa nos olvidamos de la seguridad de suministro y construimos una dependencia respecto a Rusia. Ahora estamos construyendo una dependencia respecto a China. Pero no nos dimos cuenta de que estábamos contribuyendo a aumentar las emisiones de CO2 en el mundo.
¿Cómo?
Las bajamos en Europa, pero como habíamos despreciado el gas natural y Rusia nos cortó el grifo, importamos gas natural licuado [GNL] de todas las partes del mundo. ¿Qué pasó con el precio? Se multiplicó por cuatro o por cinco. El Sur Global ya no podía comprarlo, con lo cual migró del gas al carbón y las emisiones totales subieron. O sea: Europa ha contribuido los dos últimos años a aumentar las emisiones del mundo.
¿Cómo cree que deben reducirse?
Hace falta una visión holística. Hay que abandonar la ideología y centrarnos en la tecnología. Si un señor tiene un diésel de 20 años, le puedo dar una ayuda para que compre un diésel nuevo, porque hace 50.000 kilómetros al año y, además, no se puede pagar un coche eléctrico. Con un diésel nuevo va a bajar un 28% sus emisiones. ¿Por qué no le ayudamos? Por ideología. Además, la ventaja de ese diésel es que sería fabricado en España y moverá el tejido industrial, que socialmente es progresista. Mientras que ayudarle a una persona que tiene un salario elevado con 6.000 euros para comprar un coche eléctrico fabricado en China y, aparte, no cobrarle 5.000 del impuesto de hidrocarburos es regresivo. Es una política fiscal en la cual las clases menos pudientes financian a las clases más elevadas en una regresión fiscal perfecta. Hace falta menos ideología y más tecnología.
¿Qué opina de la transformación de la movilidad?
No hay soluciones tecnológicas masivas todavía para la aviación, para el transporte por carretera pesado y marítimo o para gran parte de los coches. En España el 98% del parque automovilístico es con motor de combustión. Las ventas del vehículo eléctrico pueden ser del 10% sumando los híbridos enchufables. Vamos a llegar a 2030 con un 96-95% de motores de combustión. ¿Qué solución tenemos para eso? Creo que tenemos dos responsabilidades morales y lo difícil es hacerlas compatibles. Tenemos que hacer los productos del petróleo y del gas para que esta sociedad se pueda mover, pero tenemos que hacerlo bajando la huella de CO2 de los productos que fabricamos. Lo cual nos lleva a este proceso de ir sustituyendo este petróleo por otro tipo de productos, como aceites vegetales, aceites reciclados, plásticos priorizados, hidrógeno, es decir, aquello que vaya bajando esa huella de CO2. Requieren una fuerte inversión, porque hay que mantener dos sistemas redundantes a la vez.
¿Ve viable el deadline del motor de combustión en Europa en 2035?
Yo soy de los convencidos de que eso no se va a producir. La decisión adoptada es catastrófica. En Europa teníamos una joya industrial, que era el motor de combustión. Hace 15 años podía competir un poquito con nosotros Japón, pero casi nadie más. Nos estamos autodestruyendo. El coche eléctrico es una alternativa, no la alternativa. Ponernos al 100% en brazos de una tecnología que no tiene el grado de madurez y que además está controlada industrialmente China es un suicidio.
Repsol ha apostado por una tecnología de sustitución, como son los biocombustibles, pero las rentabilidades no están claras.
El problema no es sencillo. Pero la primera variable es la eficiencia energética, o sea, consumir menos pero no bajando actividad económica. Las teorías del decrecimiento, sobre todo, las sufren siempre las clases más desfavorecidas. Sustituyamos el parque automovilístico español, pero con neutralidad tecnológica. Segundo, los combustibles renovables son una alternativa. Nosotros estamos fabricando este año 700.000 toneladas más o menos de combustibles renovables. Tenemos ya una capacidad productiva para cerca de un millón y lo estamos vendiendo en 600 estaciones de servicio. Si este combustible renovable pagase el mismo impuesto de hidrocarburos que el coche eléctrico, hoy podríamos venderlo incluso por debajo del diésel. Estamos invirtiendo en plantas para fabricar un combustible renovable para el transporte terrestre, pero nos dicen que van a prohibir en el año 2035 el motor de combustión.
¿Qué piensa del hidrógeno verde?
Es una solución que está ahí, que viene y que va a venir. Pero posiblemente la hemos sobredimensionado. No es una solución para todo. El 62% del hidrógeno que se consume en España lo consumimos en nuestras plantas industriales. Más o menos uno de cada seis proyectos de hidrógeno que había en Europa hace tres años está cayendo o ha caído ya. Dicho lo cual, si las condiciones de que la discriminación fiscal y regulatoria desaparecen en las próximas semanas, estamos preparados para invertir en hidrógeno en tres proyectos en Cartagena, Tarragona y Petronor.
¿Cómo afronta una etapa geopolíticamente tan convulsa?
Ahí quiero decir que tengo una referencia en Antonio Brufau. Para mí ha sido y es un líder empresarial único. Siempre suelo contar la anécdota de que, en el año 2002, cuando era consejero de Industria y presidente de Naturgas, me hizo una disección de cómo iban a confluir el mundo del petróleo, del gas, la generación renovable, la descarbonización que yo a nadie más se la he escuchado. Para mí es una referencia y un buen sónar.
Liderazgo. En 2024, cumple 20 años con Antonio Brufau como presidente y 10 con Imaz como CEO, una de las gobernanzas más estables del Ibex 35.
Beneficios. La compañía ganó 1.792 millones hasta septiembre, casi un 36% menos que en el mismo periodo de 2023 por los menores márgenes del refino.
Inversión. El plan estratégico de la firma incluye invertir entre 16.000 y 19.000 millones hasta 2027, el 35% se destinará a proyectos bajos en carbono.
Dividendos. La hoja de ruta de la petrolera contempla elevar hasta un máximo de 10.000 millones la retribución al accionista en el cuatrienio.
Tamaño. La energética tiene una plantilla de 25.000 trabajadores, está presente en más de 20 países y cuenta con 2,5 millones de clientes de electricidad y gas.