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El puente de agosto, el que más desplazamientos tiene en el año -la DGT prevé 8,2 millones en este 2024-, llega con una ligera caída en el precio de los carburantes. Así, el litro de gasolina costará 1,589 euros (un 0,8% menos que la semana anterior), mientras que el de diésel estará en 1,459 euros (un descenso del 1%), según los datos que publica la Unión Europea en su Boletín Petrolero. Sin embargo, a pesar de esta tendencia y a que supone también un alivio respecto a las cifras de los dos últimos años, aún está muy lejos de los niveles previos a la pandemia.

La operación salida, por lo tanto, comienza con la gasolina un 11% más barata que en 2022 y el diésel, un 19% más económico. Así, mientras que en este festivo llenar un depósito de 60 litros costaría 95,34 euros y 87,54, respectivamente, hace dos años se iba a los 107,88 euros y 108,36.

Si bien el litro de combustible en la semana que engloba el 15 de agosto es considerablemente más barato que en 2022 y 2023, en plena crisis energética, entonces aún estaban en vigor las bonificaciones al carburante que aprobó el Gobierno precisamente para aliviar el impacto de estos precios. El Ejecutivo anunció una de sus medidas estrella a finales de marzo de 2022, cuando gasolina y diésel se acercaban a los dos euros por litro que rebasarían en varias ocasiones entre junio y julio, antes de moderarse ligeramente con la llegada de agosto.

La herramienta, que fue criticada desde sectores de la izquierda por beneficiar más a las rentas más altas y por las propias estaciones de servicio por tener que adelantar la bonificación de su propio bolsillo, absorbió parte del impacto de los primeros meses. Así, los 20 céntimos de más que costaba en 2022 se veían compensados por esta bonificación, que en 2023 ya se aplicaba únicamente al transporte profesional por carretera y para el 15 de agosto del año pasado se había reducido ya a 10 céntimos por litro (aún caería otros cinco céntimos el 1 de octubre).

Sin embargo, desde entonces el litro de gasolina nunca se ha acercado a los 1,302 euros que costaba en la semana equivalente de 2019 (el diésel estaba entonces a 1,2 euros), antes de una pandemia cuyas restricciones tiraron aún más los precios. Es más, en los dos últimos años la gasolina nunca ha bajado de 1,5 euros. «Es como cuando de pequeños jugábamos al látigo en el patio del colegio», ilustra Ignacio Rabadán, director general de la Confederación Española de Empresarios de Estaciones de Servicio (CEEES). El cliente, claro, es el eslabón final de esa cadena que, como recuerda Rabadán «salía poco más que despedido porque el movimiento se iba transmitiendo a través de toda la fila».

Sin capacidad de refino

A pesar de ello, el directivo mantiene que el hecho de que haya una guerra, por desgracia, «tampoco es tan anormal y probablemente el mercado debería estar preparado para absorber los vaivenes que pueden provocar este tipo de conflictos en la producción de petróleo y de sus productos derivados». En este caos se han mezclado diversos factores y, además, el conflicto ha sido «en el patio trasero de la Unión Europea» y el agresor es uno de los principales productores de crudo y derivados.

Las sanciones a la exportación de crudo, por lo tanto, son uno de los motivos de esta escalada de precios. Pero Rabadán explica que «ya antes de la invasión de Ucrania los precios venían al alza». «Al final estamos así por la pérdida de capacidad de refino en todo el mundo y, muy particularmente, en la Unión Europea en los últimos 20 años», contextualiza. Europa, en concreto, ha perdido en torno al 19% de su capacidad de refino desde 2009, según Concawe.

Esto supone una desestabilización del mercado que se nota especialmente en momentos de tensión puntual. El refino es un proceso complejo y no todo el crudo es igual, por lo que no todas las instalaciones pueden trabajar con cualquier barril. «Si Europa va cerrando las instalaciones que convierten ese petróleo en productos derivados, por mucho petróleo que se produzca en el mundo, si ahí tengo un cuello de botella, ahí es donde voy a tener el problema», incide.

Otro problema relacionado con esta pérdida de capacidad de refino es el propio proceso. Como también explica Rabadán, «lo que se consume no es el petróleo, son sus productos derivados: gasóleo, gasolina, queroseno, etcétera». Si se produce más gasolina, se creará menos gasóleo y viceversa. Esto hace que cuando hay picos de demanda de un producto concreto se produzca menos de los otros y estos vaivenes también afectan a la oferta y al precio. Rabadán tira una vez más de símil: «Es como una manta que es demasiado corta, te tapas el pecho y te deja los pies al descubierto; si produces gasolina suficiente como para satisfacer ese pico demanda, inevitablemente se va a producir un déficit de diésel».

Para Rabadán, la situación no parece que vaya a cambiar próximamente por este motivo y considera que es una buena noticia que baje el precio del carburante. «Había una falsa creencia que decía que la demanda de carburantes era inelástica con respecto al precio y se ha demostrado que no es así».

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