Algunos informes señalan que los vehículos de combustión incorporan alrededor de 25 componentes clave de los que carecen los eléctricos
14/02/2019 – 09:00h
Un mecánico rellena el filtro del agua de un vehículo.
Toda revolución tecnológica tiene por lo general un coste económico que, a su vez, conlleva consecuencias humanas a menudo dolorosas. La invención de la imprenta fue una pésima noticia para legiones de escribas y amanuenses, el ferrocarril arrinconó a los carruajes de caballos y puso en aprietos a millones de hombres que hasta entonces trabajaban a diario sobre un pescante. A una escala diferente, la generalización, más lenta o más rápida, del coche eléctrico acarreará efectos sobre los talleres tradicionales de reparación de automóviles y sobre los mecánicos que desempeñan su actividad en ellos.
Solera, la compañía especializada en soluciones digitales para el automóvil y el hogar, ha preparado un informe sobre ese impacto, La descarbonización de la posventa, que ha presentado recientemente en el congreso de Faconauto (Federación de Asociaciones de Concesionarios de Automoción). El estudio es concluyente acerca de la factura que se dispone a pasar la electrificación: los negocios de posventa perderían el 38% de su facturación en la transición del vehículo de combustión al eléctrico, suponiendo que fragüe la pretensión del actual Gobierno de prohibir los motores térmicos en el horizonte 2040-50.
El informe señala que los vehículos de combustión incorporan alrededor de 25 componentes clave de los que carecen los eléctricos, entre ellos el filtro de aceite, la correa de distribución, bujías, inyectores, escapes y transmisión. El coste total de estas piezas se estima en 15.000 euros. En el coche eléctrico, el elemento fundamental es la batería, que cuesta un promedio de 11.000 euros y puede llegar a 20.000 en los modelos que ofrecen mayor autonomía.
Aunque sobre el papel se trata de un componente caro cuya sustitución podría compensar parcialmente la pérdida de facturación del taller, tal situación no llega a producirse porque una batería se cambia cada 10 años, aproximadamente, un periodo de reposición mucho más largo del que requieren las piezas de mecánica de un diésel o un gasolina.
Los vehículos de combustión incorporan alrededor de 25 componentes clave de los que carecen los eléctricos.
Como apuntábamos al principio, la transición al coche eléctrico tendrá un impacto sobre la mano de obra que emplean los talleres. Si en ese plazo de 10 años un vehículo de combustión requiere como promedio 3.429 euros de inversión para subsanar averías y realizar el mantenimiento prescrito por el fabricante, uno eléctrico precisará 489 euros, un 86% menos. El número de horas trabajadas se reducirá por tanto un 90%, puesto que sustituir la batería de un vehículo eléctrico es una tarea que lleva como mucho seis horas.
A juicio de Solera, la ansiada descarbonización del transporte se da de bruces con dos realidades: el envejecimiento del parque y la evolución del mercado de vehículos usados (VO). El 29% de los coches en circulación en nuestro país tiene hoy por hoy más de 15 años de antigüedad, y dentro de cinco años podrían representar el 43%. En cuanto a los VO, las unidades de más de 10 años acaparan el 57% de las operaciones, un porcentaje que coincide casi exactamente con el de hogares españoles (59%) que disponen de una renta media inferior a 1.600 euros al mes y, en consecuencia, tienen menor capacidad para afrontar la compra de un coche nuevo, especialmente si es eléctrico.