Inés Cardenal / Directora de comunicación y asuntos legales de AOP

Hay un concepto al que se alude continuamente dentro del debate de la transición energética: la neutralidad tecnológica. Esta es una idea a la que también se hace referencia en cuestiones más específicas, como la reducción de las emisiones contaminantes de los vehículos o las famosas etiquetas que los coches deben llevar para acreditar su eficiencia energética. Neutralidad tecnológica es un concepto fundamental que debe guiar muchas de las actuaciones a emprender dentro del sector energético, y desde AOP queremos que sea una idea que quede perfectamente clara para toda la sociedad.

La neutralidad tecnológica como principio a seguir por la Administración Pública

La neutralidad tecnológica es uno de los principios regulatorios de la Unión Europea, que en la Comunicación “El Pacto Verde Europeo” dice lo siguiente: el abastecimiento energético de la Unión debe ser seguro y asequible para los consumidores y las empresas. Para hacer realidad estos objetivos, es fundamental que el mercado energético europeo esté plenamente integrado, interconectado y digitalizado y que, al mismo tiempo, se respete plenamente la neutralidad tecnológica.

La Comisión Europea la define así: El principio de neutralidad tecnológica significa que la revisión no debe fomentar artificialmente determinadas opciones tecnológicas en detrimento de otras.

El principio de neutralidad tecnológica implica, por tanto, que los gobiernos no deberían crear normas que favorezcan unas tecnologías sobre otras, sino establecer los estándares que todas deben cumplir, de forma que las ganadoras de la carrera tecnológica se determinen en un contexto de libre competencia.

Desde el lado de consumidores y empresas podemos entenderla a grandes rasgos como la libertad de los individuos y las organizaciones para desarrollar y elegir la tecnología más apropiada y más adecuada a sus necesidades y requerimientos, sin mayores restricciones que el perjuicio que pudiera causarse a terceros y el uso eficiente de los recursos escasos.

Es decir, las administraciones públicas crean las reglas de juego, pero son los consumidores y sus necesidades quienes determinan quién gana el partido.

La neutralidad tecnológica en la lucha contra el cambio climático

En el ámbito de la lucha contra el cambio climático, la aplicación del principio de neutralidad tecnológica supone reconocer que no se debe apostar a priori por ninguna tecnología, restringiendo otras, ya que, en la actualidad, ni la electrificación, ni el hidrógeno ni los combustibles líquidos bajos en carbono (ecocombustibles) bastan por sí solos para conseguir el objetivo de reducción de emisiones fijado en el Acuerdo del París.

Existe un consenso generalizado de que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es fundamental para detener o ralentizar en la medida de lo posible el calentamiento global y de que esto es una tarea colectiva, un reto para toda la humanidad que debería estar por encima de intereses políticos. Lo lógico es pensar que este consenso debería implicar también a todos los sectores económicos y a todas las tecnologías, sin descartar unas u otras por prejuicios o desconocimiento.

Pero, ¿qué implica la neutralidad tecnológica para el sector energético?

La respuesta a esta pregunta es muy sencilla: en el contexto del sector energético, neutralidad tecnológica es garantía de eficiencia energética y reducción de emisiones de CO2.

Desde AOP tenemos muy claro que es un principio de aplicación esencial en el proceso de transición energética en el que nos hallamos inmersos, como lo sería asimismo el principio de neutralidad fiscal, aplicables todos ellos en el marco de una futura reforma de la imposición energética y medioambiental.

Tal es así que, cualquier iniciativa dentro del sector, debería llevarse a cabo teniendo en cuenta todas las fuentes de energía y tecnologías, evitando favorecer unas en detrimento de otras. De esta manera no se obstaculiza el desarrollo de alternativas que, en igualdad de condiciones, podrían ser más competitivas y eficientes en términos tanto económicos como medioambientales. Es más, desde una perspectiva de neutralidad tecnológica, podemos afirmar que no se alcanzarán los objetivos 2030/2040 si no se tienen en cuenta todas las alternativas tecnológicas. Desde luego, el mercado va a ir avanzando muy rápido, pero en ese camino debe transmitirse un mensaje de transición ordenada.

De hecho, ignorar la neutralidad tecnológica podría producir efectos medioambientales no deseados. Por ejemplo, apostar sólo por el hidrógeno verde, que tardará un tiempo desarrollarse, supone desaprovechar las opciones de reducción de emisiones que plantea en hidrógeno azul en el corto plazo.

La accesibilidad y la adquisición de los nuevos productos es también un factor determinante a la hora de defender el principio de neutralidad tecnológica. Aquí la movilidad es un buen ejemplo: la penetración del coche eléctrico no solo depende del desarrollo de una infraestructura adecuada para el mismo o de la neutralidad climática de la producción eléctrica, sino del coste de los propios vehículos. Por tanto, permitir varias opciones tecnológicas podría solucionar estos inconvenientes. Como opción para los vehículos que ya circulan por nuestras carreteras, los ecocombustibles serían una alternativa aplicable en el corto plazo y con efectos positivos en el volumen de emisiones GEI.

En AOP, defendemos la neutralidad tecnológica para una transición energética eficiente, e internalizando los costes del carbono en la toma de decisiones. De ahí que este sea un concepto a tener muy en cuenta en debates específicos como el etiquetado medioambiental de los vehículos, el fomento de los distintos tipos de transporte o las restricciones a algunas opciones de movilidad.

Una meta común

No debe caber ninguna duda de que la sociedad va a seguir pidiendo soluciones que garanticen la competitividad de la economía, así como que los ciudadanos tengan a su alcance una energía asequible. Por eso, resulta necesario aprovechar todo lo que nos pueden ofrecer las nuevas tecnologías, sin dejar fuera de la transición energética ninguno de las alternativas.

No debe considerarse que haya una energía ganadora o perdedora, sino que hay una energía adecuada para cada uso. Las necesidades de, por ejemplo, un transportista no serán las mismas que las de un particular en el centro de su ciudad a la hora de trasladarse a su lugar de trabajo a pocos kilómetros de distancia. Para el transportista lo más seguro es que un vehículo eléctrico poco le pueda aportar, y sí, en cambio, el nuevo motor diésel sustentado por nuevos sistemas tecnológicos que garantizan menos emisiones y que se puede mover con ecocombustibles.

Es necesario analizar cada tecnología, sus ventajas y desventajas, y su aporte al proceso de transición energética. El principio de neutralidad tecnológica es la mejor manera para lograr esto.

El compromiso para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París está ahí, y es una meta común para todos, pero sólo podrá alcanzarse con un marco regulatorio estable que mantenga los criterios de proporcionalidad, factibilidad técnica, viabilidad económica y neutralidad tecnológica y fiscal. Un marco en el que se tengan en cuenta todas las alternativas energéticas, y mediante el cual se fomenten la tecnología, la investigación y la innovación.

Ver artículo en la publicación