17 SEPTIEMBRE, 2021, 12:51

Volví a mi pueblo después de una década fuera del país con la convicción del militante de la España rural de la que fuimos parte y que al fin se había puesto de moda entre los confinamientos de la pandemia y las tractoradas de la «España vaciada». Mis cuatro abuelos se conocieron en 25 kilómetros a la redonda, también mis padres y mis padrinos, y la Marta y el Chechu, y el Rubio y la Patri.

Yo me fui a casar a Bolivia por esas cosas de la globalización que no viene al caso, o sí, porque al final este humilde texto va de distancias y de padecimientos.

Mi pueblo no sale nunca en las noticias y apenas en Aragón en Abierto salvo que haga un frío de aquellos, como con la Filomena, o caiga una tromba bárbara, que entonces sale hasta el Esteban en portada del Heraldo con las pipas tumbadas de fondo.

A veces vienen por la comarca porque llegan o se van las grullas; a veces porque anuncian un hotel de lujo en alguna casona de las de antes; a veces porque mi primo cervantino avanza alguna investigación y es muy constante en sus redes; a veces hasta reciclan reportajes de Las Hoces sin ir a actualizar las fotos.

Una vez salió en Cuarto Milenio porque las avionetas secaban (secan) nuestros campos y quedó de anécdota, sin gota de gracia.

Lo que nunca vienen son políticos, porque somos cuatro gatos y de secano, porque geográficamente somos el altiplano del otro lado, y sobre todo porque no tienen nada que prometer in situ, porque de lejos es otra historia.

Tantos planes de reactivación, tantos proyectos de dinamización, y había sido verdad la noticia de hace unos años que no me quería creer: Había cerrado la gasolinera de mi pueblo.

La gasolinera de mi pueblo en realidad no es de mi pueblo, ni está en mi pueblo, ni siquiera cerca si se calcula en términos capitalinos, pero hasta allí se llegaba no sólo a cargar gasolina, sino a comprar hielos y a colgar el cartel de las fiestas patronales y al dispensador se le llamaba por su nombre, así que viene a ser la gasolinera de Used, Santed, Torralba, Gallocanta y todos esos pueblos, aunque en realidad sea de Las Cuerlas, el pueblo de mi madre.

El asunto parece indignar más a los que vamos de paso que a los que allí habitan y padecen, que tienen ya el cuero duro de tanto olvido. Una más, parecen decir entre bromas sobre los provechosos viajes a Calamocha, Daroca o Calatayud. ¿Podemos imaginar lo que es ir a cargar gasolina a 50 o 60 kilómetros de donde se duerme?

Seguramente no podemos de verdad, pero los que hacen promesas dicen que piensan en la gente del campo, en dignificar el medio rural, en fijar población para garantizar la soberanía sobre el territorio… Y al final suele traducirse en planes de 4G y wifi gratis en la plaza… ¿Acaso no se pudo hacer algo más en estos tiempos de digitalización? ¿Seguro?

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